Escribiendo en su libro 1792 Viajes en francia, el inglés Arthur Young describe las opiniones de ciudadanos franceses comunes sobre parlamentos:
“En una conversación con muchos hombres muy sensatos en diferentes partes del reino, me encontré con algo de [una actitud de] contento con su gobierno, en todos los aspectos [salvo] la conducta de los parlamentos, que era derrochadora y atroz. Sobre casi todas las causas que se presentan ante ellos, se hizo abiertamente interés [a favor de] los jueces; y ¡ay del hombre que, con una causa que sustentar, no tenía medios para conciliar el favor [con los jueces], ni por la belleza de una esposa hermosa ni por otros métodos ...
También hubo una circunstancia en la constitución de estos parlamentos, poco conocida en Inglaterra y que, bajo un gobierno como el de Francia, debe considerarse muy singular [peculiar]. Tenían el poder y estaban en constante práctica de dictar decretos, sin el consentimiento de la Corona, y que tenían fuerza de ley en toda su jurisdicción; y de todas las demás leyes, era seguro que éstas serían las mejor obedecidas; porque todas las infracciones [de estas leyes] fueron llevadas ante tribunales soberanos, compuestos por las mismas personas que habían promulgado estas leyes ... un horrible sistema de tiranía [donde] estaban seguros de ser castigados con la máxima severidad ".