Mirabeau en la Asamblea Nacional (1790)

En abril de 1790, Honoré Mirabeau pronunció este discurso y respondió a las críticas públicas de que la Asamblea Nacional se había excedido en su autoridad:

“Es con dificultad, señores, que reprimo una emoción de indignación cuando escucho a oradores hostiles oponerse continuamente a la Asamblea Nacional y tratar de provocar una especie de rivalidad entre ellos. ¡Como si no fuera a través de la Asamblea Nacional que la nación hubiera reconocido, recuperado, reconquistado sus derechos! ¡Como si no fuera a través de la Asamblea Nacional que los franceses se hubieran convertido en verdad en una nación! Como si, rodeados de los monumentos de nuestras labores, nuestros peligros, nuestros servicios, pudiéramos ser sospechados por las personas que siempre protegen su libertad ... Como si la gratitud de tantos millones ... no fuera garantía suficiente de vuestra fidelidad, de tu patriotismo, de tu virtud!

Encargado de formar una constitución para Francia, no preguntaré si, con esa autoridad, no recibimos también el poder de hacer todo lo necesario para completar, establecer y confirmar la constitución ... Pero si los caballeros insisten en exigir cuándo y cómo de simples diputados nos transformamos en Asamblea Nacional, les respondo: fue ese día, cuando, encontrando el salón donde íbamos a reunirnos cerrado, erizado y contaminado con bayonetas, acudimos al primer lugar, donde pudimos reunirnos, ¡Jurar morir antes que someterse a tal orden de cosas!

Ese día nos convertimos en uno por la destrucción del poder arbitrario y por la defensa de los derechos de la nación de toda violencia. Las luchas del despotismo, que hemos sofocado; los peligros que hemos evitado; la violencia, que hemos reprimido… ¡estos son nuestros títulos! Nuestros éxitos los han consagrado ... Convocada a su tarea por el irresistible tocín de la necesidad, nuestra Asamblea Nacional es ante todo imitación, como sobre toda autoridad. Solo es responsable ante sí mismo y solo puede ser juzgado por la posteridad.

Señores, todos recuerdan el ejemplo de aquel romano que, para salvar a su país de una peligrosa conspiración, se vio obligado a sobrepasar los poderes que le confiere la ley. Un tribuno cautivo le impugnó el juramento de que había respetado esas leyes ... "Jura", dijo el tribuno, "que has observado las leyes". "Lo juro", respondió el gran hombre, "te juro que he salvado a la República". Caballeros, ¡les juro que han salvado a Francia!